Text as sent for publication in Actas del Coloquio "Cervantes en Andalucía," Estepa (Spain): Ayuntamiento, 1999. 54-64.
Balance del cervantismo de Francisco Rodríguez Marín
Daniel Eisenberg
El autor advierte que este ensayo se publica sin la documentación
bibliográfica que, en otra ocasión, espera añadirle.
Tiene cierto sentido que haya procedido de
Andalucía el erudito calificado justamente como el mayor cervantista
de todos los tiempos. Me refiero, naturalmente, a Francisco Rodríguez
Marín, nativo de esta comarca, del oriente de la provincia de Sevilla,
de la vecina ciudad de Osuna. No ha habido otro cervantista tan famoso, ni
en España ni en el extranjero, ni otro que haya ocupado puestos tan
relevantes que Director de la Biblioteca Nacional y Presidente de la Real
Academia Española. No hay otro cuyas publicaciones han estado
continuamente a la venta durante casi un siglo.
Yo mismo comencé mi contacto con Cervantes
y Don Quijote a través de una edición de Rodríguez
Marín, y esto era frecuente entre las personas de mi generación.
Se trata de la edición de Clásicos Castellanos, ocho tomos
en rústica, adquiridos en la Casa del Libro, durante mi primera visita
a España, a los dieciocho años. Mis ejemplares muestran muchos
pasajes subrayados y notas en las márgenes de las páginas.
Rodríguez Marín no fue nunca
catedrático ni profesor. Era "hombre del siglo XIX", como le califican
los que le han estudiado. Cayó dentro de aquel humanismo, medio
desaparecido hoy, que compartía el interés por las letras y
artes con el ejercicio de una profesión. En su caso, fue el periodismo,
en Osuna, y después la abogacía, en la capital provincial.
Las dos profesiones se ocupan de hechos, de acontecimientos, de documentos.
Hay que buscar, mediante estas "herramientas", una verdad histórica
a veces necesitada del investigador para descubrirse.
Esta misma actitud hacia los textos y documentos
sirve como principio organizador de todo el esfuerzo cervantino de
Rodríguez Marín. Era un hombre que leía, escuchaba,
apuntaba, hacía sus papeletas, y anotaba lo necesitado de aclararse.
Explicó los vocablos oscuros, las referencias a libros raros, a
geografía desaparecida, a la sociedad de la época. En este
aspecto su contribución no ha sido superada, y dudo que lo sea nunca.
Pero al mismo tiempo es su limitación.
Quisiera dar a los que no conocen quién
fue Rodríguez Marín, una vista de pájaro de su trabajo
y escritos. Primero, unas obras que caen fuera de mi pericia, y que sólo
puedo nombrar. Fue poeta y cuentista, además de periodista. Falta
un examen de conjunto de estos textos suyos, en gran parte sin recoger.
También fue paremiólogo y colector de cantares populares andaluces,
de coplas amorosas y de palabras. Documentó mucha cultura popular
andaluza hoy desaparecida.
Rodríguez Marín llegó,
por su estudio de la poesía popular andaluza, a la poesía erudita,
y de allí a la literatura clásica de la época de Cervantes.
Cuando se miran sus proyectos en conjunto, se percibe que los autores que
estudiaba son en su gran mayoría andaluces, y precisamente los autores
a los cuales Cervantes leía y conocía.
Sus proyectos de literatura clásica
son de gran alcance y resonancia. También, trabajador infatigable,
son proyectos que pudo llevar a cabo. (Es fácil crear proyectos, pero
más difícil realizarlos.) Comienzan con una tarea altamente
meritoria: la única edición completa de las Flores de poetas
ilustres del poeta antequerano Pedro de Espinosa. Se trata de la
edición príncipe de la segunda parte de la obra, y la única
edición desde la príncipe, de 1605, de su primera parte. Las
Flores son una antología poética, publicada el mismo
año que Don Quijote. Es una visión única de la
"nueva poesía" de la época, y el hecho de que quedó
truncado el proyecto aurisecular demuestra que la poesía, en la
época de Cervantes, no se vendía, igual que hoy.
Rescatar esta obra, y publicar por primera
vez su segunda parte, fue una contribución fundamental de Rodríguez
Marín (con la colaboración de Juan Quirós de los
Ríos). No sólo la elaboración de la edición,
sino también el encontrar cómo costearla, muestran calidades
intelectuales y administrativas nada comunes, ni entonces ni hoy.
Además de esta magna obra, Rodríguez
Marín publicó otros estudios y ediciones de poetas andaluces:
una monografía sobre Luis Barahona de Soto, un estudio y
edición de las Obras de Pedro de Espinosa, una edición
de las Poesías de Baltasar de Alcázar, publicada por
la Real Academia. También estudió prosistas contemporáneos
como Mateo Alemán, Gálvez de Montalvo y Suárez de
Figueroa.
Mi profesor de Cervantes, Alan Trueblood, nos
dijo a la clase que aun sin escribir Don Quijote, Cervantes hubiera
sido un autor importante por sus otras obras. Lo mismo Rodríguez
Marín: lo que hizo para la literatura castellana clásica, dejando
totalmente aparte a Cervantes y a sus trabajos de lexicólogo y
paremiólogo, le identifican como un erudito importante.
Pero naturalmente, no nos acordamos de
Rodríguez Marín hoy por sus poesías y cuentos, sus
colecciones de cultura popular ni por sus estudios sobre poetas del Siglo
de Oro, sino por sus trabajos cervantinos. Francisco sin duda hubiera querido
que nos acordáramos de él principalmente como cervantista.
Parece probable que el Bachiller Francisco
de Osuna, como se autodenominó, sintiese un paralelismo, una
identificación de su carrera con la de Miguel de Cervantes. Los dos
eran andaluces. (Espero que nadie, a estas alturas, siga calificando a Cervantes
de alcalaíno.) Los dos, aprendices de poeta, aunque no alcanzaron
mucho éxito en el género. Los dos querían ser famosos
y recibir público aplauso; los dos eran patriotas. Igual que Cervantes,
Rodríguez Marín no menciona nunca a su esposa. (Su único
trabajo de contenido "femenino" es Coser y cantar.) Cuando se escapa
de Madrid durante la Guerra Civil, se refugia en "un lugar de La Mancha",
como él mismo lo especificó en un libro de 1939.
El trabajo cervantino de Rodríguez
Marín es un derivado de sus exploraciones en la cultura popular andaluza.
Comienza su trabajo, en efecto, en Sevilla, con El Loaysa del "Celoso
extremeño", su libro menos reputado de parte de los cervantistas
actuales. Pero le siguieron unos trabajos fundamentales: sus ediciones de
tres Novelas ejemplares. Su novela predilecta debe de haber sido la
sevillana "Rinconete y Cortadillo", editada en 1905 y reeditada en 1920.
Le siguieron ediciones de "La ilustre fregona", 1917 y de "El casamiento
engañoso y coloquio de los perros", 1918. Las anotaciones son
todavía útiles, y la introducción de Rodríguez
Marín a su edición de "Rinconete" se reeditó en 1992.
Cuando llegamos a las ediciones de Don
Quijote, sin embargo, encontramos la más enjundiosa contribución
de Don Francisco. Elaboró en vida tres ediciones de la novela, cada
una más y mejor anotada que la anterior: la de Clásicos La
Lectura, en ocho tomos, de 1911-1913; la "edición crítica",
en seis tomos (1916-1917) y la "nueva edición crítica", en
siete tomos (1927-1928). La última fue reeditada póstumamente,
con correcciones y nuevas notas, en diez tomos (1947-1949).
La gloria de estas ediciones cervantinas de
Rodríguez Marín son sus anotaciones. Cabal anotación,
a toda la extensión que quería, con múltiples
apéndices, según su criterio. No tenía que limitarse,
ni resumir o remitir a discusiones de otros, como lo hacen otros editores
y comentaristas. Sin restricciones económicas, con todos los recursos
culturales de España a su disposición, con los libros de la
Biblioteca Nacional adonde y cuando quisiera usarlos, representan el cenit
de la edición anotada de Cervantes. Desde Rodríguez Marín
han pasado más de 50 años, y no ha habido, ni puede que haya
nunca, ediciones tan ricamente anotadas.
Ahora bien. Aun con ser el mayor cervantista
de todos los tiempos, Rodríguez Marín fue todavía un
ser humano. Tuvo sus defectos, prejuicios y cegueras, igual que todos
nosotros.
Mi primera sospecha de que algo había
de falsedad, fanfarronería o manipulación en la actividad
cervantina rodriguezmarina me llegó bastante después de mi
primer contacto con él. Fue cuando me di cuenta de que aquella
edición que había comprado en la Casa del Libro en 1965 no
era de los años cincuenta, como rezan sus portadas, sino de los años
1911-1913. Había comprado la edición de Rodríguez
Marín que según su fecha era la más reciente, pero era
en realidad la más antigua y caduca de las suyas.
No es lo fácil que debería de
ser, el distinguir entre todas las cuatro ediciones de Don Quijote
elaboradas por Rodríguez Marín. La primera - la de Clásicos
La Lectura - está todavía a la venta, con fechas engañadoras.
La póstuma también se llama, en las portadas de todos sus diez
tomos, la "nueva edición crítica", copiando esta designación
de la de 1927-1928. Otras veces, para no confundir, se designa como la
"Edición del Centenario", término que no aparece en la
edición misma. Estas dos ediciones, la de Clásicos La Lectura,
ahora Castellanos, y la "del Centenario" son las que circulan actualmente.
Su "edición crítica" y "nueva edición crítica"
son piezas de bibliófilo.
Cuando me enteré de la verdadera
cronología de estas ediciones, me arrepentí de mi primera compra.
También quedé sorprendido ante el hecho de estar a la venta
dos ediciones del mismo editor. Es el caso también de las ediciones
de Don Quijote de Martín de Riquer, otra vez la más
vetustala de Editorial Juventud--la más fácil de encontrar.
Pero las de Rodríguez Marín estaban separadas por 40 años
en su elaboración. Me sorprendí también ante la falsedad
de las engañadoras portadas de la Editorial Espasa-Calpe, que han
engañado, me consta, a muchos otros lectores inocentes. Lo atribuí
a la falsa política comercial de la casa.
Estaba a la venta todavía--estamos en
los años setenta--la edición póstuma de 1947-1949. Así
que compré esta edición también, ya informado de que
era más completa y más comentada, con treinta y tantos
apéndices. Dejé de pensar en el asunto. La casa Espasa-Calpe
me había engañado, pero ya poseía, por fin, la última
edición del erudito ursaonense.
Cuando, hace unos quince años, me puse
a trabajar en las cuestiones textuales de Don Quijote, me di cuenta
de otro aspecto de lo que poco después llegaría a calificar
de imperialismo cervantino de Rodríguez Marín. Rodríguez
fue muchas cosas--bibliotecario, académico, abogado, periodista, editor,
empresario--pero no era filólogo. Aunque redactó notas sobre
todo lo popular y andaluz en las obras de Cervantes, no se molestó
en informarle al lector de las diferencias textuales entre las ediciones
de Juan de la Cuesta. Las cuestiones textuales, la depuración del
texto de Cervantes, le tenían sin cuidado. Lo arreglaba a su manera,
a lo que "le parecía bien", y ya estaba. Peor todavía, no
dejó constancia de sus cambios.
Para el colmo, calificó sus ediciones
más importantes de "críticas". Tal término, para el
filólogo, significa una edición cuyo texto ha sido estudiado,
depurado y, cuando necesario, reconstruido. Se exige el uso de todos las
versiones relevantes del texto de la obra, y una documentación minuciosa
de las decisiones tomadas. Pero Rodríguez Marín, director de
la Biblioteca Nacional, incluso no entendía lo que era una edición
crítica. Sus ediciones tenían y tienen mucha utilidad, nos
brindan sobrados datos, pero ¿críticas? Ni cosa que se le parezca.
Su mal uso del término ha tenido, en España especialmente,
muchos seguidores.
No tanto por actos explícitos suyos,
sino por un vasallaje espontáneo de parte de los editores, lo que
estaba en contra de la línea de Rodríguez Marín no
encontraba salida al público. El caso más serio, en cuanto
a los textos de Cervantes, es la edición elaborada por dos
filólogos, Adolfo Bonilla y San Martín, y Rodolfo
Schevill. Preparada con un rigor textual no superado hasta la reciente
edición del filólogo Francisco Rico, ofrecía una
edición con notas textuales y con documentación de las enmiendas
introducidas. Esta edición no despertó ningún interés
en España. Tuvo que publicarse particularmente, por cuenta de los
filólogos aludidos, con una subvención de una particular
norteamericana, según consta en la edición misma. Apenas se
reseñó.
Se trata también, en el caso de la
edición de Schevill y Bonilla, de otra cosa que a Rodríguez
Marín no se le ocurrió. La edición de los dos
filólogos es una edición de las Obras completas de
Cervantes. Las obras completas de Cervantes incluso no creo que le interesaran
a Rodríguez Marín.
Lo que sí le gustaron eran las obras
que pintaban las clases populares, sobre todo en un contexto andaluz. Su
edición de las Novelas ejemplares para Clásicos La Lectura
(1914-1917) no incluye sino la mitad de ellas: "La gitanilla", "Rinconete
y Cortadillo", "La ilustre fregona", "El licenciado Vidriera", "El celoso
extremeño", "El casamiento engañoso" y "El coloquio de los
perros". Son precisamente las que hoy se leen más, y hay que reconocer
el influjo de nuestro erudito ursaonense. Una novela cuya acción ocurre
fuera de España, como "El amante liberal", o que es más
filosófica y sicológica que popular--"La fuerza de la sangre"--no
le interesaron. No podía comentarlas.
La obra que Cervantes consideró la mejor
de las suyas, la que llegaría "al extremo de bondad posible" en sus
propias palabras--Los trabajos de Persiles y Sigismunda--, no
despertó ningún interés de parte de Rodríguez
Marín. Hemos tenido que esperar hasta que Rafael Osuna y Juan Bautista
Avalle-Arce la rescataran. Creo que el término "rescate" es correcto,
y el que haya obras de Cervantes que haya sido necesario rescatar del trato
del gran cervantista Rodríguez Marín es índice del grado
de distorsión vigente.
Cervantes le convierte en lo que él
mismo era, un periodista andaluz del siglo XIX--un observador, un mirón,
un escritor, un documentador. Ya que Rodríguez Marín no fue
pensador ni tuvo inquietudes filosóficas, pues Cervantes no las tuvo
tampoco. Rodríguez Marín era un católico monárquico,
y Cervantes igual.
Entre todos los escritos cervantinos de
Rodríguez Marín, no hay ninguna monografía, ninguna
visión de conjunto. Rodríguez Marín no tenía
una visión de conjunto de Cervantes. La tarea era documentarle y anotarle,
y con esto ya todo estaba hecho. Por decirlo con otras palabras, el mayor
cervantista de todos los tiempos no escribió el mayor libro cervantino
de todos los tiempos. Éste--el mayor libro cervantino--es El
pensamiento de Cervantes, publicado en 1927 por el filólogo y
pensador Américo Castro. En su prólogo, su famosa denuncia
de la creencia de que ya no quedaba nada que decir sobre Cervantes, que los
estudios cervantinos estaban paralizados, está dirigido al estado
del cervantismo bajo Rodríguez Marín.
Rodríguez Marín no quería
que otros estudiaran a Cervantes. Al parecer, su opinión era que no
hacía falta. Aunque hubo homenajes dedicados a Rodríguez
Marín, ninguno consiste en estudios cervantinos de otros eruditos,
como es el caso de los juegos dedicados a Menéndez Pidal y a
Menéndez Pelayo. El homenajear a Rodríguez Marín era
reimprimir las obras, o el catálogo de las obras, de Rodríguez
Marín.
Éste promovía incansablemente
su propia obra. Hubo reparos sobre su primera edición de Don
Quijote: en una larga reseña de Américo Castro, por ejemplo.
En vez de aprender de la crítica y mejorar o corregir su edición,
su respuesta fue la publicación de una pequeña antología
de reseñas favorables: Algunos juicios acerca de la edición
crítica del Quijote anotada por D. Francisco Rodríguez Marín.
Sácalos a luz extractados y compilados un amigo del editor. El
amigo entusiasta del editor era naturalmente el editor mismo. Aparece al
final de esta obra un "Catálogo de las publicaciones de Francisco
Rodríguez Marín", numeradas, que entonces llenaron tres
páginas. Se repetía este catálogo, cada vez más
crecido, al final de la mayoría de sus obras, las más veces
editadas por él mismo sin ningún control editorial.
Se ocupaba en que todos sus estudios cervantinos
estuvieran a la disposición de todos, no sólo por separatas
de venta pública, sino por seudoseparatas y reediciones de artículos
de periódico en forma de cuadernillo. Las conferencias que le gustaba
dar, las publicaba y republicaba.
Quien recorra la exposición encontrará
obras como "Adiciones y enmiendas al comento de MI nueva edición
crítica (1927-28) de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
obra utilísima para la más provechosa lectura de MIS tres ediciones
anotadas de la inmortal novela". Editó su propio epistolario.
Preparó su propio homenaje. Es él mismo quien nos informa que
sus notas a Don Quijote son "aun más interesantes y demostrativas"
que las de la edición anterior, que ha ilustrado "por primera vez
más de setecientos lugares, algunos, no entendidos a derechas antes
de ahora", y sobrados comentarios por el estilo.
Rodríguez Marín incluso tuvo
un acólito: Aurelio Baig Baños, director de la biblioteca de
la Casa de Velázquez. Baig no aparece en los estudios cervantinos
sino como defensor de Rodríguez Marín. Participó en
la empresa rodriguezmariniana de desprestigiar al gran archivero Cristóbal
Pérez Pastor. Baig explica, por ejemplo, que aunque Pérez Pastor
descubrió y publicó muchísimos documentos cervantinos,
Rodríguez Marín tuvo una lista más completa. Hoy la
colección de Pérez Pastor es difícil de encontrar, pero
la menos importante colección de Rodríguez Marín se
reimprimió en su Estudios cervantinos póstumo.
Quisiera hacer constar que Rodríguez
Marín no sólo menospreció la contribución documental
de Pérez Pastor, que hizo posible la documentada biografía
de Fitzmaurice-Kelly, que no pudo publicarse en España.
También un documento inédito, descubierto por Pérez
Pastor pero sin publicarse, lo publicó y republicó Rodríguez,
sacándole mucho provecho, sin indicar jamás que realmente fue
Pérez Pastor quien lo había descubierto. Fue un acto de mezquindad,
completamente innecesario, el no reconocer su deuda a Pérez Pastor.
Igual, en sus comentos a Don Quijote se aprovechaba de los trabajos de
comentadores anteriores, sin hacer constar, muchas veces, la fuente de sus
datos.
Otros también lo han hecho. Quien esté
sin pecado, que tire la primera piedra. La obra del bachiller de Osuna es
una mezcla de contribuciones positivas y negativas. Él es quien ha
reclamado "El cordobesismo y el andalucismo de Miguel de Cervantes", que
tenemos que agradecerle mucho. Pero también es quien se mete en cosas
que no son de su competencia, como el supuesto retrato de Cervantes por Juan
de Jáuregui. La autenticidad de este retrato, entonces recién
"descubierto", no la defiende ningún historiador de arte ni antiguo
ni moderno, pero para Rodríguez Marín, cayó de su peso.
Hasta hoy no hemos conseguido desterrar este cuadro de la iconografía
cervantina.
Hay un paralelo con la obra de Ramón
Menéndez Pidal. Hoy se da por sentado que la literatura española
comenzó con El Poema de Mio Cid, que Rodrigo Díaz de
Vivar es el gran héroe de la edad media castellana, pero no es así.
Bernardo del Carpio fue, para el Siglo de Oro, el gran héroe
español. Fue Menéndez Pidal, con su edición crítica
y su edición también de Clásicos La Lectura, en la cual
defiende el "valor nacional del poema", quien ha creado esta honra para "su"
Cid.
Se piensa, también, que Don Quijote
ha sido siempre una figura "española", un símbolo de la
nación. No es así, y este mito fue creado en el siglo veinte.
Participaron varios en este proceso, pero el representante "académico"
fue Rodríguez Marín. Las estatuas de Don Quijote y Sancho--y
no de Cervantes--no han estado siempre en la Plaza de España en Madrid.
Este logro se lo debemos.
Hay otro paralelo con Menéndez Pidal.
Tanto Ramón Menéndez como Francisco Rodríguez vivieron
muchos años, conservando su buen estado mental hasta los últimos
momentos. Los dos no sólo dominaban sino controlaban su materia. Lo
que no estaba en su línea, lo que no aprobaron, tenía que
publicarse o a cuenta de los eruditos, o en el extranjero. Éste fue,
por ejemplo, el caso del ataque de Spitzer al supuesto realismo del
Cid, y la biografía de Cervantes por Fitzmaurice-Kelly. Si
hubieran muerto más joven, triste es decirlo, los estudios tanto
medievales como cervantinos hubieran tenido un progreso que se retrasó
muchos años.
¿El balance? No fue Rodríguez
Marín una de estas personas que no sólo desperdician el papel,
sino que hacen daño. Al contrario. El pequeño daño que
hizo, el retraso que se produjo en los estudios cervantinos durante un tiempo,
están más que compensados por sus aclaraciones de las vidas
y obras de Cervantes, por sus ediciones, por hacer accesible a Cervantes,
como lo fue para mí a la edad de dieciocho años. Puede
enorgullecerse Sevilla de lo que ha contribuido, por su hijo Francisco
Rodríguez Marín, el Bachiller de Osuna, al mejor conocimiento
y a la difusión de la obra de otro gran andaluz, Miguel de Cervantes.