Published in Actas del Sexto Congreso Internacional de Hispanistas (Toronto: Department of Spanish and Portuguese, University of Toronto, 1980), pp. 225-28.
La España del siglo de oro desde un punto de vista norteamericano
por Daniel Eisenberg
El propósito de esta ponencia, concebida
en el año de 1973, durante días más difíciles
para los Estados Unidos y para el mundo es señalar el valor práctico
que los estudios hispánicos pueden tener hoy. Más
específicamente, quisiera mostrar cómo el estudio de España
puede, o pudiera haber sido, útil para aquellos norteamericanos que
se preocupan con el papel de su país en el mundo actual, y con los
errores en que un país, igual que una persona, puede caer por falta
de perspectiva. Si tal puedo hacer, conseguiré hacer mi modesta parte
en defender ante los alumnos de mi país, que han puesto en tela de
juicio la utilidad de las humanidades tradicionales, el valor del estudio
de España, de su literatura y de su historia.
Por consiguiente, en vez de presentar hoy nuevos
descubrimientos, voy a relacionar de forma nueva unos datos conocidos. Si
trato particularmente de la Edad Media y del Siglo de Oro españoles,
es porque creo que estos períodos son los que más importancia
tienen para nuestro tema, como pronto se verá.
Este tema, repito, es lo que los norteamericanos
pueden aprender de España. Debo comenzar explicando cómo es
legítimo hacer unas comparaciones entre dos países tan diferentes
como parecen ser España y los Estados Unidos. Estos dos países
comparten más de lo que se podría pensar; son engañadoras
algunas de las evidentes diferencias entre ellos. Discúlpenme si comienzo
con un aspecto tan seco como la geografía, pero la diferencia
geográfica entre los dos países es la más obvia de todas.
Sin embargo, esta diferencia de tamaño obscurece muchas semejanzas.
Se ha dicho más de una vez que España se considera mejor como
un continente en sí, o una isla, que como parte de Europa. No sólo
separada de Europa por montañas altas, con puertos cerrados durante
un largo invierno, contribuyendo a un aislamiento a veces tan espiritual
como físico, España tiene dentro de sí una variedad
de paisajes y climas más característica de un país grande,
o un continente, que de una península de Europa. España tiene
en Galicia una comarca con un clima frío y lluvioso, como el noroeste
de los Estados Unidos, y en el levante un clima mediterráneo, caliente
y seco, como el sur de California. No son muchos los países con la
diversidad de climas y paisajes que tienen España y los Estados
Unidos.
En los dos países, la geografía
ha tenido notables efectos en sus respectivas historias. La España
moderna, huelga decir, comenzó en el norte y progresaba, con la
reconquista, hacia el sur de la península. Pero los Estados Unidos
comenzaron de forma muy parecida. En el siglo XVII no eran sino un grupo
de colonias, en la costa atlántica, que se extendían poco a
poco hacia el oeste, con la compra de Luisiana, la colonización de
las tierras indias y la guerra mejicana para llevar la frontera al océano
Pacífico. Según políticos del siglo pasado, era el "destino
manifiesto" de los Estados Unidos llegar a esta frontera natural, como el
deseo de expansión hacia una frontera natural, el deseo de "cerrar
España," fue en este país móvil de la política
durante siglos. (Quien dude que la geografía fue un factor básico,
tan importante o más que la religión durante los últimos
siglos de la reconquista, debe contemplar el rápido abandono del intento
de Carlos V de llevar la reconquista al otro lado del Mediterráneo.
Otro factor geográfico, las muchas tierras
deshabitadas de los dos países tierras reconquistadas de los
moros, en el caso de España también contribuía
a establecer las características de sus civilizaciones. Los equivalentes
de la tierra reconquistada española eran, en los Estados Unidos, las
inmensas tierras sin cultivo alguno, debido a la falta de una civilización
indígena, falta que hizo que la colonización de los Estados
Unidos y Canadá resultara tarea tan diferente que la de
Hispanoamérica. Resultado de esta tierra abundante fue, en los dos
países, una considerable movilidad social, y un medio de hacer frente
a los problemas de una población creciente. En los dos países,
un joven sin herencia podía obtener un pedazo de tierra (cinco acres,
en los Estados Unidos), y establecerse de una forma que no tenía paralelo
en los países contemporáneos de Europa o Hispanoamérica.
Al desaparecer estos territorios no cultivados, la movilidad social tenía
que definirse de otro modo, o desaparecer; en la España de hace no
muchos años, se conservaba el medio de elevarse en el mundo, y controlar
las represiones de población, en la emigración al Nuevo Mundo,
a Cuba, por ejemplo. En los Estados Unidos actuales la ascensión social
de basa en la formación universitaria y profesional.
Hay otras características que son comunes
a España y los Estados Unidos. En primer lugar, se forjaban los dos
países de elementos bastante diversos. España anticipó
a los otros países europeos en la formación de un estado moderno
a través de la combinación de entidades políticas distintas,
unidas, a lo menos nominalmente, en el matrimonio de los Reyes Católicos.
En los Estados Unidas era el país resultado de la vinculación
de diversos "estados" ("estados" en el sentido de "países independientes,"
cada uno con sus leyes y monedas), en una federación, primero por
los Artículos de Confederación, pero aun más por el
gran compromiso constitucional mediante el cual los estados grandes y
pequeños fundaron una legislatura bicameral, cediéndole los
poderes necesarios a un gobierno nacional. Que la identidad regional permaneciera
fuerte, más en España, hoy día, que en los Estados Unidos,
no debería ser motivo de sorpresa, y no creo hacer una comparación
falsa si señalo que ningún país occidental ha sufrido
guerra civil tan terrible como las de los Estados Unidos y España,
aunque es posible que la guerra de Cataluña, del siglo XVII, se aproximara
más a la guerra civil estadounidense en originarse en el
regionalismo.
En segundo lugar, la religión ha tenido,
y tiene todavía, papel importantísimo en las historias de los
dos países. No hay que detenernos en la importancia de la religión
católica para la historia y cultura españolas, siendo tan
fundamental como es, y España uno de los pocos países europeos
que en este siglo han tenido un religión estatal. Menos cuenta se
da de su papel en los Estados Unidos; uno tiene que vivir en ellos para ver
el contraste que hay con la América Latina, nominalmente católica,
pero donde la iglesia tiene un papel cultural indudablemente más reducido.
Hay partes de los Estados Unidos donde la iglesia es todavía el centro
de la vida social y cultural del pueblo. Una visita a la iglesia es motivo
para comprar y lucir ropa nueva (¡qué recuerdo de la España
del Siglo de Oro!); es costumbre invitar al vecino nuevo a visitar la iglesia
de uno. Hay un estereotipo de los Estados Unidos en el extranjero que los
presenta como un país de libertinaje, pero quien sale de las grandes
ciudades o las comunidades universitarias pronto sabrá que el estereotipo
es falso y que las iglesias, y la moralidad conservadora que apoyan, son
muy fuertes. Mientras en la España del siglo XVII se cerraron los
teatros por un tiempo, hay todavía colegios religiosos en los Estados
Unidos donde, por pecaminoso, no se permite bailar.
Espero que lo anterior sirva para mostrar que
España y los Estados Unidos tienen a lo menos algunos aspectos comunes,
y que sea legítimo buscar otros paralelos entre los dos países.
El punto más importante para nosotros hoy, sin embargo, es que tanto
España como los Estados Unidos ha tenido su momento como la nación
más poderosa del mundo. Han sido muchos los países que han
gozado una vez ser el centro del escenario mundial. En el caso de Inglaterra,
es obvio que fue a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el sol
nunca se puso sobre el imperio inglés, según un refrán,
cuando el hombre blanco tenía una responsabilidad hacia los miembros
de otras razas ("The white man's burden"), e Inglaterra soñó
con construir un ferrocarril desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo, proyecto
glorioso nunca realizado. En el caso de Francia, su momento más importante
desde la Edad Media fue en el siglo XVIII, cuando la Europa occidental giró
en torno de ella, cuando tuvo una influencia enorme en la Península
Ibérica y en el comienzo de los movimientos de independencia en el
Nuevo Mundo, cuando Francia tenía, de hecho, ella misma un imperio.
España ocupó el centro del escenario
mundial, como todos sabemos, en el siglo XVI, durante un período que
comienza al concluírse la Reconquista y que llega, quizás,
al fin del reinado de Felipe II. En el siglo XVI España era, como
nunca volvería a ser, centro de la política mundial. Bajo Carlos
V, España reinaba sobre el Sacro Imperio Romano, las posesiones de
los Habsburgos en los Países Bajos, partes de Italia, e inmensas colonias
en el hemisferio occidental y otras partes del mundo. Aun más, durante
el Siglo de Oro, que comenzó y acabó algo más tarde,
España era también el centro cultural. Exportaba cultura en
vez de importarla, como de puede ver de las traducciones de obras españolas
a otras lenguas, de lo cual había poco en, digamos, los siglos XV
o XVIII. España abría el camino que otros seguirían
en la gran revolución literaria que fue el nacimiento de la novela.
Los esfuerzos, tanto militares como teológicos y culturales, en defensa
de la iglesia católica eran los hechos frente a los cuales los demás
países tenían que definir su política exterior.
En cuanto a los Estados Unidos, acabamos de
pasar por el período de máximo poder de este país, en
el siglo XX. El período de poder mundial de los Estados Unidos se
considera iniciado a finales de la Primera Guerra Mundial, y aunque evitaban
ejercer este poder político (como muestra la negativa de unirse a
la Liga de Naciones), el poder económico de los Estados Unidos estuvo
fuera de toda duda; fue el desastre económico norteamericano de 1929,
en vez del alemán de 1927, que llevó consigo las economías
de otros países y comenzó la depresión de los años
treinta. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos eran
el único país con armas nucleares, y poseían la mitad
de la industria mundial no destruida, era el país más poderoso
del mundo en todos los sentidos. El influjo de los Estados Unidos
contribuyó fuertemente al establecimiento de lo ONU, ubicada en Nueva
York según deseo de norteamericanos, y con sus aliados, los Estados
Unidos determinaban las políticas de aquella organización,
como la guerra coreana y la ficción de la China nacionalista. Es el
inglés que actualmente tiene el papel más importante en el
comercio y la diplomacia internacionales; alumnos extranjeros van a los Estados
Unidos para estudiar como en siglos anteriores iban a Salamanca o París;
con excepciones como Suecia y Kuwait, el nivel de vida en los Estados Unidos
es el más alto del mundo.
Los Estados Unidos han redescubierto lo que
España aprendió en el siglo XVI: que una consecuencia de ser
un país poderoso es tener que sufrir el disgusto e incluso el odio
de los países menos poderosos o explotados; la actitud de los italianos
hacia los españoles residentes en Nápoles se parece mucho a
la de personas de países del Tercer Mundo para con los Estados Unidos
de hoy. Pero una consecuencia más seria del poder es la falsa confianza,
la soberbia, el pensar que una situación favorable va a durar para
siempre. En esto han pecado tanto los Estados Unidas como España.
Sabemos que España, al acabarse del
siglo XVI, entró en un período de retroceso. De ser un gran
poder militar en el siglo XVI, con un programa ambicioso de expansión
comercial y territorial, llegó a ser un poder anémico e impotente,
*procurando conservar el statu quo o liquidando sus posiciones militares
en el extranjero. A partir de 1640, la decadencia era obvia a todos, menos,
posiblemente, a aquel grupo nebuloso que continuó viendo a España
como una gran potencia hasta la independencia de Cuba, y aún
después, en el siglo XX, llegando a enmarañarla en un equivalente
aproximado de la guerra del Vietnam, las malogradas y poco populares operaciones
en el norte de Marruecos.
Con la perspectiva de los tres siglos que han
intervenido, los norteamericanos podríamos consideramos superiores
a los españoles de Siglo de Oro. Aquéllos no se daban cuenta
de sus poderes menguantes, y echaban a los extranjeros la culpa de males
de España, creyendo que medidas simples de parte del rey, como las
prohibición de exportación de metales preciosos, podrían
curarlo todo; uno de los lugares comunes sobre Lope, por ejemplo, es que
no se encuentra en sus obras ningún reflejo de la decadencia cada
año más obvia. Creo que nos convenga tener un poco de humildad,
sin embargo, y planteo la pregunta si a lo menos los norteamericanos no hemos
sido igualmente ciegos en cuanto a nuestra propio época y país,
cuando no podemos evaluar el mundo con calma y perspectiva y en cambio, tenemos
que considerar los hechos en cuanto ocurren. El relativo poder de los Estados
Unidos ya hace tiempo que disminuye; hemos perdido la guerra del Lejano Oriente,
lo cual hace vacía la orgullosa jactancia de que no hemos perdido
ninguna. ¿No nos recuerda la supuesta invencibilidad de la Armada filipina?
No le era posible a la gente de los Estados Unidos salvar los gobiernos del
Vietnam del Sur ni de Cambodia; son impotentes cuando se cuadruplica el precio
del petróleo. La capacidad de los Estados Unidos de determinar el
curso de la historia mundial es cada vez, más difícil de apreciar,
y creo posible que ya haya ocurrido el hecho que algún historiador
futuro señalará como símbolo del fin del poder imperial
de los Estados Unidos.
Esta debilidad relativa de los Estados Unidos
ya de hace evidente a todos; se comenta el la televisión y en los
periódicos. Pero antes que nadie se sienta superior o más
previdente que los españoles del Siglo de Oro que pensaban que
España siempre tendría un imperio y que las otras naciones
siempre la servirían, debemos tomar en cuenta cómo los
norteamericanos no hemos podido ver las indicaciones de nuestra propia
decadencia. Estas estaban presentes desde hace varios años para los
que sabían verlas, identificarlas y darse cuenta de su significado.
La impotencia de los Estados Unidos ante la Cuba de Castro y el fracaso del
bloqueo de este país; el número creciente de países
que tienen armas nucleares, o que pudieran tenerlas; el endebilitamiento
del dólar ante las otras monedas y el estancamiento de partes de la
industria norteamericana, con la resultante difícil exportación
y déficit en la balanza comercial. Pero ¿cuántos sabían
ver este proceso hace cinco o diez años?
Cabe preguntar si la experiencia de España
pudiera ofrecer algún provecho para los norteamericanos que comienzan
una decadencia política, militar y cultural algo parecida. Creo que
sí puede; teóricamente sería posible neutralizar la
decadencia estudiando y evitando las causas de la española. Dudo,
sin embargo, que se lo haga.
Aunque son innúmeras las explicaciones
de la decadencia española, remontando a las propuestas de los arbitristas
del siglo XVII, hay ciertos factores económicos que aparecen repetidas
veces en las discusiones del fenómeno. La enorme inflación,
en parte causada, y sin duda agraviado por la importación de metales
preciosos del Nuevo Mundo, la destrucción de la industria castellana
y el abandono de la agricultura y ganadería, estos procesos empeorados
por la expulsión de los judíos, con sus habilidades financieras,
y los moriscos, igualmente peritos en la agricultura, tenían que
perjudicar gravemente al país. Los incentivos económicos y
sociales a no trabajar, y los impuestos que pagaban los que con todo eso
seguían trabajando, el comercio en manos de extranjeros, la enorme
y corrupta burocracia, todos eran factores importantes en la decadencia,
acelerada por las empresas militares extrapeninsulares y la merma a los fondos
de la corona que éstas representaban.
No es difícil ver algunos de los mismos
procesos en los Estados Unidos de hoy. Las exportaciones norteamericanas,
que en años anteriores siempre superaban a las importaciones, ya son
menores, y si no fuera por los productos agrícolas, el déficit
de la balanza comercial sería todavía mayor. La debilidad de
partes de la industria norteamericana, y su incapacidad para competir en
muchos campos con los productos importados (que remonta más o menos
al principio de la década de los años sesenta, cuando empezaron
las importación de coches), ya se dejan ver de todos. No ha sido posible
encontrar la forma de vencer estas dificultades, pues las medidas proteccionistas
serían motivo de represalias y no conformarían con nuestro
propósito, muy parcialmente logrado, de estimular la economía
mundial por medio del comercio libre. La industria abandona los Estados Unidos
en la búsqueda de mano de obra barata, a Puerto Rico y México,
o a países más remotos y menos desarrollados como son el
Taiwán o la Corea del Sur. Al mismo tiempo, llegan y son tolerados
obreros extranjeros en los Estados Unidos, que aceptan puestos más
desagradables y salarios menores que los propios ciudadanos de los Estados
Unidos.
Mientras tradicionalmente uno de los aspectos
más germánicos de la cultura estadounidense ha sido su "ética
del trabajo," en que el trabajo era considerado como bueno en sí,
difícilmente de podría negar que hoy de encuentran en los Estados
Unidos incentivos económicos a no trabajar. Uno es el impuesto progresivo
sobre la renta. Otro, las subvenciones a personas desempleadas, jubiladas
o incapacitadas para el trabajo, subvenciones que se pierden si, haciendo
un esfuerzo, se vuelve al trabajo.
Otra prácticas económicas del
Siglo de Oro español que los norteamericanos, si estudiaran la decadencia
española, procurarían evitar es el pagar los gastos del momento
con préstamos contra las rentas futuras, el dejar que los gastos superen
a los ingresos. Todas los Habsburgos, naturalmente, daban rienda suelta a
esa práctica, pues no podían sin duda querían
obtener con sus abundantes y variados impuestos un renta suficiente
para cubrir sus gastos militares y personales, y ofrecían la renta
de su patrimonio como garantía de los préstamos. Era natural
que resultara una inestabilidad económica; los préstamos eran
cada vez más costosos y más difíciles de conseguir,
hasta que llegó el día en que el rey no tenía el
crédito necesario para comprar carbón con el cual calentar
el palacio, pues había gastado sus fondos para los próximos
cinco años. Y como sólo era posible pagar los préstamos
con otros nuevos, los intereses pagaderos resultaban todavía un gasto
más, y éste perpetuo.
Hemos visto una repetición de los mismos
errores económicos en el caso de la ciudad de Nueva York. Durante
años, esta ciudad ha contraído una serie de deudas, primero
a largo y después a corto plazo, para pagar sus gastos cotidianos,
resultado de no saber o no querer reducirlos al nivel de los ingresos. Cuando
llega el momento en que los bancos no desean prestar nuevos fondos, estalla
una crisis, la ciudad no sabe cómo pagar los salarios de sus empleados,
y tiene que pedir ayuda de los poco simpáticos gobiernos estatal y
nacional.
Al nivel nacional, sin embargo, los Estados
Unidos hacen lo mismo, y considerando la historia española, no puedo
sino simpatizar con los conservadores que piden un presupuesto en balanza
y un a reducción, en vez de un aumento, en la deudo nacional. El gobierno
de los Estados Unidos ha recibido y desembolsado fondos prestados mayores
que las rentas federales de un año entero. Dentro de no mucho tiempo,
estos préstamos llegarán a igualar las rentas de dos años.
Es aumenta esta deuda casi caprichosamente, sin saber hasta llegar al final
de cada año se ha subido 28, 65, o 100 billones de dólares.
De cómo pagar algún día esta deuda no se habla nunca.
Es decir que como los españoles, los
norteamericanos, o los representantes que han elegido, no quieren o no pueden
encontrar renta igual a sus gastos. Durante un período de años
han subvencionado empresas poco populares, como la Guerra del Vietnam, y
empresas de mayor apoyo general, como la Segunda Guerra Mundial, o por la
inflación otro recurso de los Habsburgos o usando la
promesa de las rentas futuras. Esta situación ha sido sostenible hasta
el momento presente porque la deuda es en gran parte interna, a los propios
ciudadanos y sociedades anónimas de los Estados Unidos, y este hecho
ayuda al gobierno a mantener la confianza de los prestamistas; por consiguiente,
el gobierno puede pedir préstamos suplementarios para pagar los que
vencen, y la población acepta los intereses que han de pagarse. Pero
a perder el gobierno la confianza de los que prestan este dinero, le espera
una catástrofe económica no distinta a las del siglo XVII.
Los Estados Unidos podrían también
haber aprendido del caso de España que es necesario mantenerse al
día de las corrientes del mundo, y mudar sus posiciones según
ellas. Los países se comportan mucho como personas en efecto,
los países no actúan, sólo personas actúan
y es principio básico de la psiquiatría que estas personas
muchas veces responden a sus experiencias anteriores y no a los hechos del
momento. Esto, por cierto, fue el caso se la noción española,
cuya historia fue marcada por mucho tiempo por una expansión religiosa
y por la defensa y promoción de catolicismo contra, primero, los
musulmanes, y después los turcos. Esta política fue buena en
cuanto aplicada a la Península Ibérica, y contra el imperio
otomán. España tenía entonces el apoyo moral, y algunas
veces el militar, del resto de la Europa occidental. Esta campaña
tuvo su momento máximo en la más gloriosa victoria española,
la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los
siglos pasados, los presentes, no esperan ver los venideros" son
reiríamos a las famosas palabras de Cervantes, si no fueran tan
trágicas. Podría haber resultado esta política en la
restauración de un estado católico en Inglaterra, si la Armada
no tan invencible, cuyo propósito era atacar al reino inglés,
hubiese continuado su viaje e invadido Escocia después de su derrota,
que no era total, en vez de volver a España.
Pero España, o mejor dicho los reyes
Carlos y Felipe, *interpretaron mal la reforma protestante, Pues ésta,
en Inglaterra, fue una rebelión más política que religiosa,
los monarcas Habsburgos concluyeron que siempre era política, y que
las protestas de los reformistas carecían de valor. Tampoco se dieron
cuenta los reyes no sus validos (caso máximo, el Conde-Duque de Olivares)
de lo que podemos ver ahora como los límites del poder militar e
influencia política de España. Por consiguiente, enmarañaron
posible ganar, factores importantísimos en la decadencia del siglo
XVII.
La historia reciente de los Estados Unidos
sugiere que podría este país también darse cuenta de
que hay límites a su poder, y que hay que ajustar la política
exterior según cambia la situación mundial. El principio dominante
de las relaciones exteriores de los Estados Unidos a partir de la Segunda
Guerra Mundial ha sido impedir el avance mundial del comunismo, principio
bueno y válido cuando formulado por el presidente Truman y aplicado
a la Rusia estalinista. Ha llevado a los Estados Unidos, sin embargo, a serios
errores diplomáticos, definiendo como enemigos a todos los de mínima
coloración roja y concluyendo que todos los que se oponen al comunismo
merezcan apoyo. Los ha llevado a creer que todos los movimientos de
liberación nacional son inspirados y dirigidos por comunistas, y no
han tomado en cuenta que algunos reflejan deseos hondos de parte de gente
oprimida y son, cuando más, incidentalmente comunistas. Han perseguido
a los comunistas y "cripto"-comunistas dentro de los Estados Unidos con el
mismo fervor que los españoles del Siglo de Oro perseguían
a los judaizantes, imponiendo restricciones legales sobre ellos un
comunista norteamericano no puede recibir un pasaporte, por ejemplo
de la misma forma que España puso restricciones sobre los cristianos
nuevos.
Con estudiar la historia, la gente de los Estados
Unidos pudiera haber evitado el tener que aprender por amarga experiencia
que el poder de cualquier nación es limitado, y a algunos movimientos
no hay poder humano que los resista. Para aprender esta lección se
han perdido muchas vidas y se ha hecho una guerra ruinosa que sangró
a los Estados Unidos de la misma manera que las guerras religiosas sangraron
a España, aunque, afortunadamente, por menor período de tiempo.
Ahora los Estados Unidos han sido desengañados. Las palabras del discurso
inaugural del presidente Kennedy "pagaremos cualquier precio, soportaremos
cualquier cargo, sufriremos cualquier adversidad... para asegurar la
sobrevivencia y el éxito de la libertad," ahora parecen tan anticuados
como las palabras de Cervantes.