El hospital de los podridos
(Entremés atribuido a Miguel de Cervantes)
Los que hablan en él son los siguientes:
LEYVA | MARISANTOS | |
RECTOR | dos PÍCAROS | |
PERO DÍAZ | GÁLVEZ | |
SECRETARIO | CLARA | |
DOCTOR | VILLAVERDE | |
CAÑIZARES | VALENZUELA |
(Salen LEYVA, el RECTOR y el SECRETARIO.)
LEYVA. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué hospital
se ha hecho de forma!
RECTOR. Era tanta la pudrición que había en este lugar, que
corría gran peligro de engendrarse una peste, que muriera más
gente que el año de las landres; y así, han acordado en la
república, por vía de buen gobierno, de fundar un hospital
para que se curen los heridos deste enfermedad o pestilencia, y a mí
me han hecho rector.
SECRETARIO. Después que hay galera para las mujeres y hospital para
los que se pudren, anda el lugar más concertado que un reloj.
RECTOR. No quiera vuesa merced saber más, señor Leyva, que
había hombre que ni comía ni dormía en siete horas,
haciendo discursos; y cuando vía a uno con una cadena o vestido nuevo,
decía: "¿Quién te lo dio, hombre? ¿Dónde lo
hubiste? ¿De dónde lo pudiste sacar? Tú no tienes hacienda
más que yo; con tener más que tú, apenas puedo dar unas
cintas a mi mujer". Y desvanecidos en esto, se les hace una ponzoña
y polilla. Mas pongámonos aquí y veremos salir los enfermos.
(Entra el DOCTOR, tomando el pulso a CAÑIZARES.)
DOCTOR. Señor Cañizares, yo no hallo a vuesa merced
enfermedad.
CAÑIZARES. ¿Cómo no, pues que traigo conmigo un reconocimiento
y una desesperación y rabia intrínseca? Y es de suerte, que
se me hace una postema recodida en el corazón.
DOCTOR. Pues ¿de qué le viene a vuesa merced tanta podredumbre?
CAÑIZARES. De ver solamente un hombre; y es de manera lo que le aborrezco,
que el día que le topo en la calle, me vuelvo a mi casa, y me estoy
sin salir della todo aquel día, metido en un rincón, pensando
que me ha de suceder una desgracia.
DOCTOR. Por cierto que vuesa merced tiene razón, que hay hombres que
con su vista pronostican eso, y de balde se dejan querer mal.
CAÑIZARES. Pues ¿no quiere vuesa merced que me pudra y me haga
una ponzoña y cruel polilla, si este es un hombre que trae por los
caniculares chinelas, y la espada a zurdas?
DOCTOR. Pues ¿que se le da a vuesa merced que el otro traiga la espada
a zurdas, ni por los caniculares chinelas?
CAÑIZARES. Pues ¿no se me ha de dar, pesi a mí, si
envían a este hombre por gobernador de unos de los mejores lugares
desta tierra?
DOCTOR. Ya yo entiendo su pudrición de vuesa merced, y es que pretende
vuesa merced el mismo oficio.
CAÑIZARES. ¿Cómo pretender? Ni por pensamiento me ha pasado
en toda mi vida; sino sólo me pudro de ver aquellos que han de ser
gobernados por la mano deste hombre, que en tal tiempo trae chinelas, que
mal podrá despachar los negocios con brevedad; y si es zurdo, no
podrá hacer cosa a derechas.
RECTOR. ¡Ea, doctor!, haced meter alla ese podrido, y salgan los
demás.
DOCTOR. Venid, hermano, y curaos han.
LEYVA. ¡Hay tal cosa y de lo que se pudre!
(Entran los MINISTROS, que son unos pícaros, y salen PERO DÍAZ y MARISANTOS.)
PERO DÍAZ. ¡Ea!, dejadme, Marisantos; que no tengo de beber,
ni comer, ni dormir, ni sosegar un punto viendo estas cosas.
MARISANTOS. Pues, Pero Díaz, un hombre como vos y de vuestro entendimiento
¿se ha de pudrir de manera, que pierda el comer, ni tomar tanta pena?
PERO DÍAZ. Pues ¿no me la ha de dar, si hubo poeta que tuviese
atrevimiento de escribir esta copla?
Jugando estaban, jugando |
y aun al ajedrez, un día, |
el famoso emperador |
y el rey moro de Almería. |
MARISANTOS. Pues ¿qué os va a vos en que el otro escribiese
eso?
PERO DÍAZ. Mucho; porque es muy gran testimonio que levantaron al
emperador; porque un príncipe de tanta majestad y tan colérico
no se había de sentar a jugar a las tablas, juego de tanta flema,
y más con un rey moro de Almería. Yo tengo, si este poeta es
vivo, de hacerle que se desdiga; y si fuere muerto, ver en su testamento
si dejó alguna cláusula que declare esto.
MARISANTOS. Por cierto, ¡lindo disparate! ¿Deso no podéis
comer ni dormir? ¡Gracioso cuidado habéis tomado!
RECTOR. Venid acá, hermano: ¿de qué es vuestra
pudrición?
PERO DÍAZ. Con los poetas.
RECTOR. ¿Podrido estáis de poetas? Harto trabajo tenéis.
Y ¿con qué poeta os pudrís?
PERO DÍAZ. Con estos que hacen villancicos la noche de Navidad, que
dicen mil disparates, con mezcla de herejías. Y mire vuesa merced
que, dándole a
uno aquella octava de Garcilaso, que dice:
Cerca del Tajo, en soledad amena, |
de verdes sauces hay una espesura; |
volvió esto:
Cerca de Dios, en soledad amena, |
de verdes santos hay una espesura. |
Y preguntando quién eran esos santos, dijo que San Felipe y Santiago,
y otros que caen por la primavera.
RECTOR. Por cierto, ¡gracioso disparate!
PERO DÍAZ. Pues una noche de Navidad entré en una iglesia deste
lugar, y hallé cantando este motete:
Cuando sale Jesús a sus corredores |
Bercebú no parece, y Satán se esconde. |
Y preguntando cúyo era, respondió: "Mío", muy satisfecho, como si hubiera hecho una gran cosa. Y otro estaba también cantando esto:
¿Qué hacéis en este portal, |
mi Dios, por el hombre ingrato? |
¡Zape de un gato, zape de un gato! |
RECTOR. No os maravilléis; porque son esos poetas invernizos, como
melones.
PERO DÍAZ. También me pudro con otros poetas, que piensan que
saben, y no saben, y otros que saben, y no piensan.
RECTOR. Decláreme esto: ¿qué quiere decir que saben, y
no piensan?
PERO DÍAZ. Que hay poetas que saben lo que hacen, y por no pensarlo
bien, se van despeñando en cas de todos los diablos.
RECTOR. Éste tiene gran necesidad de remedio, y así, será
bien entregárselo a los malos poetas, para que ellos le curen.
PERO DÍAZ. ¡No, por amor de Dios!
RECTOR. ¡Hola, ministros! Meted allá ese podrido.
('Métenlo'.)
LEYVA. ¡Hay tal cosa como la pudrición déste!
RECTOR. Pues otro viene, que no dará menos en que entender.
(Entra VALENZUELA.)
VALENZUELA. ¡Hay tal cosa como ésta, que sea un hombre tan dichoso,
que en cuanto mano pone, todo le sucede bien! Hecho estoy un veneno de
ponzoña, y por mil partes distilando materia.
RECTOR. ¿De qué es la pudrición déste?
SECRETARIO. Señor, éste es un podrido furioso, y dale gran
pesadumbre ver a un vecino suyo, que todas las cosas le suceden bien.
RECTOR. Ése es mal caso, y es más envidia que
pudrición.
VALENZUELA. ¿Cómo envidia? Los diablos me arrebaten si tal es,
señor rector; sino que es este un hombre muy avariento y miserable,
que por ser tal, nada le había de suceder bien.
RECTOR. Tiene razón; que a los tales poca ventura les había
de ayudar. Y si alguno tiene razón de pudrirse, es este hombre; y
así, se le puede dar tres días en la semana para que se
pudra.
VALENZUELA. ¿Cómo tres días? Más me pudriré
de no pudrirme.
RECTOR. Andá con Dios, y podríos el tiempo que os diere
gusto.
VALENZUELA. Beso las manos a vuesa merced por la merced.
(Vase VALENZUELA, y sale GÁLVEZ.)
GÁLVEZ. ¡Que haya mujer de tan mal gusto! Por ésta se
debió decir que hay ojos que de laganias se enamoran.
RECTOR. De qué se pudre este hermano?
SECRETARIO. Este hermano se pudre de que una dama muy hermosa deste lugar
está enamorada de un hombre calvo y que mira con un antojo.
RECTOR. Pues ¿de eso os pudrís, hermano? Pues ¿qué
os va a vos en que la otra tenga mal gusto?
GÁLVEZ. Pues ¿no me ha de ir? Que más quisiera verla enamorada
de un demonio. ¿Por qué una mujer tan hermosa ha de favorecer
a un hombre antojicalvo?
RECTOR. ¡Y con la cólera que lo toma!
GÁLVEZ. ¿No lo he de tomar con cólera? Dígame vuesa
merced, ¿qué ha de hacer una mujer cuando despierte y vea que
tiene a su lado un hombre calvo (o calavera, o calabaza, que tal parece un
calvo), ni cómo le puede mirar con buenos ojos, teniéndolos
él tan malos?
RECTOR. ¡Ea!, vos estáis podrido. ¡Hola, ministros, meted
allá ese podrido!
GÁLVEZ. ¿A mí, señor? ¿Por que?
('Métenle'.)
LEYVA. ¡Los podridos que se van desmoronando! Y si no se pone remedio,
en pocos días se multiplicaran tantos, que sea menester que haya otro
nuevo mundo, donde habiten.
RECTOR. Lea vuesa merced esa relación, señor secretario.
(Saca el SECRETARIO unos papeles y lee.)
SECRETARIO. "Asimismo hay aquí alguno que se pudre con los que tienen
las narices muy grandes."
RECTOR. ¡Válgale el diablo! Pues ¿qué le va a él
en que otros las tengan grandes o pequeñas?
SECRETARIO. Dice que suele un narigón déstos pasar por una
calle angosta, y que ocupa tanto la calle, que es menester ir de medio lado
para que pasen los que van por ella; y fuera deste inconveniente, hay otro
mayor, que es gastar pañizuelos disformes en tanta manera, que pueden
servir de velas de navíos.
RECTOR. Podrido de humor es éste.
SECRETARIO. "Otro se pudre de que hay algunos que comen con babadores."
RECTOR. Y no va muy fuera de camino; porque los tales parecen guitarras de
ébano con tapas blancas, y se hacen ahembrados. Pero notifíquesele
que dentro de tres días esté sano de su pudrición; y
si no, que le echarán una melecina de esdrújulos de poetas,
que le harán echar el ánima si fuere necesario, preparada con
sesos de los dichos poetas.
SECRETARIO. Pues ¿hay en todo el mundo sesos de poetas para henchir
media cáscara de avellana, cuanto y más para preparar una melecina?
Por lo menos
ha de llevar cuatro onzas de todos matalotajes que concurren en el arte
melecinal.
RECTOR. Pasá adelante.
SECRETARIO. "Otro se pudre de los médicos, que cuando les van a dar
el récipe de la cura, van diciendo: '¡No lo quiero, no lo quiero!'
y van puniendo la mano atrás como cucharón."
RECTOR. Ése se pudre justamente. ¿De qué sirven los melindres
donde hay tan buenas ganas de más, si más les diesen?
SECRETARIO. "Otro se pudre de que, por haber tan pocos discretos, hay tantos
sastres y zapateros."
RECTOR. Pues ¿qué quería que hubiese?
SECRETARIO. Albéitares y oficiales de jalmas asnatiles.
RECTOR. Ese podrido se va a satírico. Pónganle en la boca del
estómago, porque se detenga, un emplasto de mozos de sastres, y
sahúmenle con diez pelos de las cejas de Celestina, pues de aquí
veo yo más de cuatro.
SECRETARIO. "Aquí hay ciertas viejas que se pudren de que las gallinas
de sus vecinas ponen más gordos huevos y crían mejores
pollos."
RECTOR. Ésas son pudriciones baladíes, y a esas viejas
échenles unos polvos de higos pajizos.
SECRETARIO. "También hay dos casados, que el marido se pudre porque
su mujer tiene los ojos azules, y ella se pudre porque el marido tiene la
boca grande."
RECTOR. Gente debe ser de buen humor; salgan aquí, que los quiero
ver.
(Salen CLARA y VILLAVERDE.)
CLARA. Acabad, señor; harto mejor fuera que os pudriérades
de vuestra disforme boca, que no parece sino boca de alnafe, y dejarme a
mí con mis ojos, azules o verdes.
RECTOR. Pues vení acá, hermano; ¿deso os pudrís,
porque vuestra mujer tenga los ojos azules?
VILLAVERDE. Sí, señor; que no se usan agora sino negros.
RECTOR. ¡Hay tal desatino! Pues si Dios se los ha dado así,
¿qué los ha de hacer?
VILLAVERDE. Para eso es la habilidad: que se los tiña, que de puro
reñir esto se me ha desgajado la boca.
RECTOR. ¡Gracioso disparate, si yo lo he visto en mi vida! Y así
es menester que se os den unos botones de fuego con yerros de médico
y boticarios.
VILLAVERDE. Aun ésos son peores que los de los letrados; porque los
unos paran en las bolsas, y los otros paran en la salud y en la vida.
LEYVA. Señor secretario, ¿esa señora es mujer deste
hombre?
SECRETARIO. ¿No les ve vuesa merced?
LEYVA. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
¡Jesús mil veces!
SECRETARIO. ¿De qué se santigua vuesa merced?
LEYVA. ¿No me tengo de santiguar, que una mujer tan hermosa esté
casada con un hombre tan feo como es éste, que no parece sino un
escarabajo?
SECRETARIO. Pues ¿deso se pudre vuesa merced?
LEYVA. Pues ¿no quiere vuesa merced que me pudra y me haga una ponzoña
viendo, cosa semejante, que merezca esta señora un príncipe
por marido, y que fuese un ángel en condición y en presencia?
SECRETARIO. ¡Rematado está! ¡Hola, ministros! ¡Meté
allá ese podrido!
LEYVA. ¿A mí? ¿Por qué razón?
('Métenle'.)
RECTOR. Señor secretario, ¿ha visto vuesa merced que un hombre
de tan buen entendimiento haya disparatado desta suerte?
SECRETARIO. Pues ¿eso le ha de dar a vuesa merced pena?
RECTOR. Pues ¿no me la ha de dar, pesia a mí, el ver que haya
perdido el juicio un hombre que yo tenía en tan buena reputación,
y por muy cuerdo y prudente?
SECRETARIO. Pudrido está vuesa merced. ¡Hola, ministros!
RECTOR. ¿A mí, señor secretario?
('Métenlo'.)
CLARA. Señor secretario, mucho me maravillo de que un hombre como
vuesa merced no haya tenido mejor término con el señor
rector.
SECRETARIO. ¿Pues deso se pudre vuesa merced?
CLARA. Pues ¿no me tengo de pudrir, viendo la obligación que
vuesa merced le tiene, y no guardarle más respeto al señor
rector, siendo superior en todo? Y bastaba ver su autoridad para tenersele,
y no tenerle de la manera que vuesa merced le tiene.
SECRETARIO. Oigan, oigan, y qué perdida está la hermana, y
qué perdida. ¡Ministros, metan allá esta hermana!
CLARA. ¿A mí, señor? Mire vuesa merced...
('Métenla'.)
SECRETARIO. Señor Villaverde, ¿esta señora es mujer de
vuesa merced?
VILLAVERDE. ¿Si es mi mujer? ¿Por qué lo pregunta vuesa
merced?
SECRETARIO. Pregúntolo, porque la ve llevar presa vuesa merced, y
se está con esa flema.
VILLAVERDE. Pues ¿no tengo de estar?
SECRETARIO. ¿Cómo estar, pesia a mí? No me diga eso, que
arrojaré los papeles y me hará perder la paciencia. Pues un
hombre como vuesa merced, tan honrado, ¿no tiene obligación de
sentir la desgracia de su mujer?
VILLAVERDE. Podrido está el amigo; no es escaparéis del hospital.
¡Hola, ministros!
(Métenle los ministros, y saca VILLAVERDE una guitarra y canta.)
'No se pudra nadie |
de lo que los otros hacen.' |
Pues que toda nuestra vida |
es como juego de naipes, |
donde todas son figuras, |
y el mejor, mejor lo hace; |
dejemos a cada uno |
viva en la ley que gustare, |
aunque su vida juzguemos |
a Ginebra semejante. |
Presuma de que las Musas |
ya vació los orinales |
quien puede ser compañero |
de los que alcázares pacen; |
que es valiente el que, enseñado |
a más robustos manjares, |
no se halla sin gallina, |
porque consigo la trae; |
y que a poder de arrebol, |
del solimán y albayalde, |
la que es demonio en figura |
quiera parecer un ángel. |
Vea del modo que van |
los que reciben pesares, |
y les enfada y da pena |
las ajenas necedades. |
'No se pudra nadie |
de lo que los otros hacen.' |
Tomen ejemplo en mí mismo |
que cuando encuentro en la calle |
acuchillándose dos |
echo a mi espada una llave; |
y pues miro con antojos, |
si el astrólogo arrogante |
en su repertorio miente, |
nunca procuro enfadarme. |
Salga el sol a mediodía; |
y cuando nuevos me calce |
los zapatos, llueva luego, |
que es desgracia bien notable; |
y después de haberme hurtado |
la mitad del paño el sastre, |
no salga bueno el vestido, |
viniéndome estrecho o grande. |
Parezca bien la comedia, |
o digan que es disparate; |
venga o no venga la gente, |
oigan con silencio o parlen, |
yo no me pienso pudrir, |
ni que el contento me acabe, |
aunque abadejo me digan |
y aunque bacallao me llamen. |
FIN
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Texto electrónico por Fred F. Jehle
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Last updated: Nov. 11, 2005